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Llevaba una semana recorriendo la India en tren; se trataba de una tradición familiar: poco antes de convertirse en zar, debería elegir un país y explorarlo personalmente, para conocer otras culturas y así, gobernar con una visión más abierta para su pueblo.

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El futuro zar Nikolai abrió las enormes puertas de su habitación con sutileza, intentando evitar que un crujido lo delatara. Tenía media hora para llegar a los jardines del palacio y encontrarse con la princesa Uma Ishani. Su nombre significaba “ardiente deseo” en lenguaje hindi, y representaba el sentimiento que había cruzado el cuerpo del joven zar en el momento en el que sus miradas se encontraron. Dos días después, ya planeaban su huída.

 

A él no le importaba perder su derecho al trono, jamás había sentido nada así, pero ni el sultán ni el pueblo ruso iban a permitir ese matrimonio; por eso debían escapar esa noche, antes de que notaran la ausencia de los dos jóvenes. 

 

A la hora prevista, la princesa apareció entre las sombras de las murallas y descubrió su rostro, que se reflejó en el agua del estanque. Pero un destello en el agua llamó la atención de Nikolai al observar el rostro de su amada, levemente deformado por las ondas de la superficie. No le dio tiempo a impedir que la daga de plata cruzara el corazón de Uma, cuyo cuerpo sin vida cayó al agua, salpicando los pies de Nikolai y su sirviente. El reflejo de la luna les sonreía.

 

-Era la única forma de evitar que el heredero de Rusia hiciera una locura. Con el tiempo me lo agradeceréis, señor. Y ahora debemos regresar a casa antes de que la guardia real descubra el asesinato de la princesa.       

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